El debate Mimito
versus Rómulo
Jaime
Porcell
Investigador
Político
Coach
político
A pesar de que Mireya desprecia los debates, gana en el 99. Diez años después,la
experiencia me obligó a variar. Cambié después del de los PRDs 2008. En
televisión, los punteros Balbina Herrera y Juan Carlos Navarro se intercambiaron
muy duro. Sin embargo, Cortizo se colocó en el medio en un rol de pacificador.
Lo que luego sucedió varió mi tesis sobre la
inocuidad. La intención de voto de Balbina empezó a migrar, y no para Navarro,
si no para donde Cortizo. Si Juan Carlos hubiese favorecido esa migración,
Balbina bajaba y él ganaba. Nunca la
detectó.
Hoy acepto que los debates, según lo que suceda, sí pueden influir.
Sin embargo, también estas confrontaciones se usan para
mostrar fuerza y exhibir falencias reales o imaginarias de un adversario. En
primarias, las heridas que abren pueden o no cerrarse, y hasta dividir al
partido. Lo que siempre hacen es dar municiones al adversario. Así sucedió en
el PRD 2009, cuando encajó una de las peores derrotas de su historia.
Como discusión
ordenada oral la cual dirige un moderador, es difícil de concertar. Consumen
tiempo preparar al candidato. Tampoco
levantan grandes ratings por lo que los medios no matan por ellos.
Sin embargo, quienes defienden los debates, yo
entre ellos, aducen el derecho de los
electores de conocer el pensamiento de los candidatos en situaciones de presión
y comparación. Además, lo menos que puede pedir el electorado a su prospecto de
candidato es que sepa encontrar y organizar esas ideas precisas, para luego expresarlas
en un ambiente de tensión al debatir.
Por lógica, quienes lideran las encuestas
prefieren evitar riesgos que puedan
variar los números. Pero, quienes los desquitan parecen detentar lujos
difíciles de explicar.
Los debates exhiben una función higiénica que les da inmenso sentido. Lo escabroso,
que en el contexto amistoso de una primaria logras disimular, en la elección
general seguro te lo asolean. Y hasta
allí llegas.
Los periodistas definen noticia como aquello que
alguien quiere ocultar. Cuando lo olfatean, sueltan la jauría. De allí, mejor
que la intriga o verdad contenida en la información, se suelte temprano y
demuestre su capacidad de causar problemas.
Quienes van detrás, o también, los que sienten, no
tienen algo que ocultar, son los que necesitan provocar situaciones y
oportunidad. De este segmento ético deviene la presión para que se organicen
debates.
¿Se tirarían a matar unos que hasta ayer
estuvieron sentados como ministros al lado del otro? En este y todos los
gobiernos, en ese salón de gabinete
donde el ejecutivo efectúa sus reuniones cada miércoles se libran batallas soterradas.
Y esto es un guerra donde, según algunos, tuercen brazos.
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